viernes, 19 de octubre de 2012

"El fuego de la inocencia" CAP 1


CAPITULO 1

Lali se metió en la bañera perfumada, se sentó y dejó que sus hombros se sumergieran debajo de las burbujas. Se había recogido el cabello color ébano para que no se le mojase. Tenía una copa de champán en una mano y el teléfono móvil en la otra. Bebió un sorbo de champán y dejó hundir el móvil, sonriendo al oír un «glug» cuando el aparato se fue al fondo.



El teléfono fijo estaba desconectado, el telefonillo de entrada al edificio, apagado. Nadie ni nada iba a perturbar aquel momento de decadencia. Bebió otro sorbo de champán y miró a su alrededor. No había más luz que las doce velas aromáticas que había encendido. Sonrió al ver la opulencia de lo que la rodeaba. Los suelos y paredes eran de mármol color melocotón. La ducha tenía todos los accesorios bañados en oro. Las toalla serán del mismo color que los suelos y las paredes. Monty estaba sentado en el cesto de la ropa sucia, todos sus frascos de perfume estaban alineados en un estante de cristal debajo del espejo, el cubo de hielo que contenía la botella de champán estaba al lado de su mano, y...¡Monty estaba sentado en la cesta de la ropa sucia! 

Los ojos de Lali se dirigieron hacia el gato persa. Lo había recogido de un refugio. Al principio había pensado que había sido ella quien lo había elegido. Pero a los pocos días de tenerlo en casa había sido evidente que había sido Monty quien la había elegido a ella. Había buscado un ser humano indulgente para que su vida fuera lo más cómoda posible.

—Pero eso va a cambiar a partir de ahora, Monty. Se acabó el pollo hervido y el salmón, me temo —le advirtió al gato—. ¡De ahora en adelante, te puedes considerar afortunado si puedo comprarte esa comida de lata que tanto desprecias!

Supuestamente, los gatos no eran capaces de mirar con desprecio y escepticismo, sin embargo, así era como la estaba mirando Monty en aquel momento. 

—No es culpa mía —le dijo Lali—. Es culpa de ese hombre —bebió un largo sorbo de champán—. Quiero decir, ¿quién iba a pensar que haría algo así? 

No lloraría. ¡No iba a llorar! Pero, por supuesto, lo hizo. Y acompañó sus lágrimas con sollozos. ¿Cómo había podido hacerle eso a ella? ¡Y en la televisión pública, en vivo, frente a millones de espectadores!¡Oh, Dios! Cada vez que lo recordaba volvía a sentir la misma humillación. 

—Semanas y semanas... Siete semanas para ser exacta... —aclaró, llorosa—... Me he pasado intentando convencerlo amablemente para que viniera a mi programa. Sí, sé que a ti te gustaba, Monty —levantó la voz, indignada por la actitud de su gato—. A mí también —admitió—. ¡Si supieras...! ¡Si lo hubieras oído! ¡Yo no tenía idea, Monty! —se estremeció Lali—. ¡Ni la más remota idea de que podría hacer semejante cosa!

Si la hubiera tenido, no se habría levantado aquella mañana. De hecho, peor aún. Si hubiera sospechado lo bochornosa que sería aquella noche, habría sacado un pasaje a Bolivia o a cualquier otro sitio a lotro lado del mundo, y habría desaparecido para ahorrarse todo aquel dolor. Siempre le había gustado el sonido de aquel nombre. Bolivia. ¡Sonaba tan misterioso! ¡Tan romántico! Pero, conociendo la suerte que tenía, seguramente no sería nada de eso. También le había gustado siempre el nombre del Triángulo de las Bermudas, y sin duda era otro mito. Probablemente hubiera tomado demasiado champán...

—Vale, vale... Estoy divagando... —dijo cuando el gato pareció mirarla—. ¡Pero si supieras, Monty! —empezó a llorar otra vez—. ¡Si hubieras oído lo que me dijo ese hombre! ¡Te habrías quedado en estado de shock ! —a ella ya nada la sorprendería después de aquella noche—. ¡Oh, Monty! ¡No podré volver a salir a la calle! Tendré que poner una barricada detrás de la puerta. Pondré barrotes en las ventanas. ¡No me atreveré a salir en público nunca más! 

Sus lágrimas se mezclaban con el champán. 

—Cuando se nos acaben las provisiones, ¡nos dejaremos morir de hambre, Monty! 

Hacía cuatro meses todo había parecido muy prometedor...El haber conseguido el puesto de chica del tiempo para la hora del desayuno había sido un movimiento interesante, teniendo en cuenta que era incapaz de distinguir un frente frío de una isobara. Le habían pedido que reemplazara a la presentadora, que estaba de baja por maternidad. Había causado impacto, y un conocido productor se había acercado a ella para ofrecerle seis programas de entrevistas de media hora, que se verían en directo la próxima primavera. Los siguientes tres meses habían sido un sueño hecho realidad para Lali. Había elegido a los invitados para cada semana, había investigado y negociado la aparición de esos invitados... Y todo había ido bien hasta llegar al invitado que quería para su último programa. Peter Lanzani. 
Su intención había sido terminar el programa con algo especial. Lanzani hacía tiempo que no aparecía en la televisión británica, dos años. Había dejado su propio programa y había pasado a ocuparse de las noticias del exterior. No pisaba un estudio de televisión desde que había dejado su programa, y su lucrativo contrato, después de que uno de sus invitados, un político, hubiera intentado suicidarse en directo. Pero ella tendría que haberse imaginado lo que haría... Había sido muy extraño que aceptase la invitación a su programa después de haberse negado durante tanto tiempo... 

—Ha querido hacerme daño y humillarme, Monty... ¿Cómo ha podido hacerme eso a mí, a nosotros, Monty? ¿A nosotros, que tanto nos gustaba él...? —volvió a llorar—. Pero le he dado su merecido, Monty... Delante de todos los que lo estaban viendo —recordó, apenada

—¡Millones de espectadores vieron cómo yo le pegaba! ¡Sí, me has oído bien! Le he pegado a Peter Lanzani... ¡En vivo! ¡En televisión! 

Lali cerró los ojos al recordarlo. Ella no era una persona violenta. Nunca había pegado a nadie, ni había deseado pegarle a nadie. Pero ciertamente le había pegado a Peter Lanani. 

- Y no sólo le he pegado, Monty. Sino que... ¡Me irritó tanto! ¡Me hirió tanto...! ¡Que le pegué con todas mis fuerzas! ¡Exactamente en su arrogante barbilla! —sonrió, satisfecha al recordarlo—. ¡Deberías haber visto cómo me miró! Luego se le tambaleó la silla, él se fue hacia atrás y se golpeó contra el suelo hasta quedar inconsciente. 

Y Monty debería haber visto la cara de Lali cuando se le había pasado la rabia y se había dado cuenta de lo que había hecho...El estudio se había quedado en silencio. El público, mudo. Nadie se había atrevido ni siquiera a respirar. Los cámaras habían dejado de mirarla por sus aparatos y se habían quedado mirándola directamente, con las bocas abiertas de incredulidad. El director de la sala de control había sido el primero que había reaccionado. 

—Lali, ¿qué diablos estás haciendo? Di algo —gritó al verla allí, de pie, muda—. ¡Lali, haz algo! —le había ordenado Gary al ver que ella seguía inmóvil—. Es televisión en vivo, ¿lo recuerdas? 

Lo había recordado entonces, y se había girado hacia las cámaras, dándose cuenta de que todavía estaban transmitiendo. Presa del pánico, sólo había podido hacer una cosa. Gritó, sobresaltada, y pisó el postrado cuerpo de Peter Lanzani antes de salir corriendo del estudio. Nadie le había hablado en su huida. Nadie había intentado detenerla. Y era normal. Porque había metido la pata hasta el fondo. Había infringido la norma número uno de no perder el control en público, y mantener la calma, al margen de cualquier provocación. Había arruinado su carrera. No volvería a aparecer en televisión. Y ése era el motivo por el que estaba encerrada en su apartamento, aislada del mundo. 

—De acuerdo. Ese último gesto fue excesivo. Sobre todo teniendo en cuenta que me he quedado sin trabajo. ¡Y que nadie me lo dará! Pero ¿sabes que ha sido lo peor, Monty? —su voz tembló con emoción y volvió a dejar escapar unas lágrimas 

—Sé que a ti te gustaba Peter, ¡Y yo creí que estaba enamorada de él! ¡Ahora me gustaría no haberlo conocido jamás! 

No lo había conocido hasta hacía siete semanas. Siete semanas atrás ella había estado montada en la cresta de su ola, eufórica con el éxito de su programa, llena de entusiasmo,
mientras investigaba y elegía a los invitados. Feliz de su aparente repentino éxito con sólo veinticinco años. Pero hacía siete semanas, Peter Lanzani había sido para ella sólo una reputación, varias docenas de fotos. No había conocido al hombre encarne y hueso. 

No se había enamorado de él...

No hay comentarios:

Publicar un comentario